2) Tú lo has merecido, dignísima Madre de Dios, porque fuiste hallada la más humilde entre las hijas de Jerusalén y fuiste agradable a los ojos del Señor, Virgen estimadísima, dado que no se encontró en la tierra ninguna semejante a ti. Por lo tanto, me inclino una vez más ante tus pies, deseando saludarte y alabarte como es debido con labios devotos y corazón puro.
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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