14) Tal vez esta visita y esta intimidad eran tan elevadas y celestiales en la casita de María, que ni siquiera a los apóstoles se les permitió entrar y escuchar las excelsas palabras que Jesús, purificado por el Padre, pronunció para María, su bendita madre, llena de gracia. Por lo cual, Señor Jesús, creo que es mejor de mi parte dejarlas confiadas a tus ángeles y, en vista de todos mis pecados y negligencias, pedirte humildemente perdón a ti que revelas tus secretos a los humildes y alimentas a los hambrientos con el mejor manjar celestial.
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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