6) Nadie puede dudar que la buena y misericordiosa Madre, consoladora de pobres y auxiliadora de los huérfanos, gustosamente pronunciará una palabra dulce y bondadosa a favor del fiel servidor que esté por salir de este mundo. Apaciaguará con sus santas oraciones el rostro de su amado Hijo y nuestro Redentor, diciendo: " Amorosísimo Hijo mío, ten piedad de tu siervo que me ama y me alaba, como tú mismo has visto y conoces. Los santos ángeles me anunciaban los frecuentes saludos que brotaban con devoción de sus labios, al recordar mis gozos, y cómo solía invitar a numerosos hermanos para alabar con él tu santo nombre. Él es nuestro secretario, y escribe libros de devoción. Yendo por la calle y al ver de lejos una cruz, se acuerda de tu pasión y te demuestra su atención, inclinándose delante de ella. Se trata del mismo que al ver en una iglesia o en otro lado una imagen que te representa descansando sobre mis rodillas o muerto entre mis brazos, se ponía triste, derramaba lágrimas, sollozaba, rezaba doblando las rodillas y te adoraba. Él no se alejó nunca de nosotros sin darnos un beso de amor; y más bien, todos los días y todas las noches mantuvo vivo en su corazón el sentimiento compasivo por tus santas llagas y por las lágrimas de mis ojos, procurando efusivamente compadecerse de mí. Acuérdate, pues, de todo esto, mi muy querido Hijo, y concédele hallar misericordia ante ti. Te suplico fuertemente en su favor junto con todos tus ángeles y santos ".
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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