16) Enciende, pues, mi corazón con nuevo fervor, con más grande y perseverante devoción al alabarte, para que aprenda a rechazar los bienes terrenales y a buscar los celestiales, a gustar y contemplar con María las realidades divinas, regocijándome solamente en ti. ¿Quién podrá ayudarme a mí, pobre criatura, a meditar profunda e intensamente en estas cosas y a vivir aquí junto con Jesús, mi Señor, de tal manera que el mundo entero, con todos sus amantes, pierda todo significado y cuanto antes desaparezca de mi memoria?
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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