15) Oh benignísimo Jesucristo -que después de tu amarga pasión y de la gloriosa resurrección te apareciste a la aflijida Santísima Madre María, con gran esplendor, y la colmaste de inefable y nueva alegría-, ten piedad de mí, pobre y enfermo, con frecuencia gravemente atribulado en el exilio de este mundo. Me postro profundamente delante de ti, y con intenso afecto golpeo con insistencia a la puerta de tu piadosa Madre, para que te dignes visitarme interiormente también a mí en el tiempo de mi aflicción, para consolarme, alentarme y liberarme de toda maligna tristeza y vana alegría.
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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