3) Te bendigo, te alabo y te rindo homenaje, gloriosa Virgen María, Madre e Hija del eterno Rey, por los apacibles y frecuentes coloquio con Jesús; por las divinas palabras que con tanta diligencia escuchaste de su boca y que puntualmente conservaste y meditaste en lo íntimo del corazón (Lc 3, 51); por los magníficos consuelos que con frecuencia recibiste de él; por los inconmensurables gozos y las divinas alegrías proporcionados por su presencia, suscitados por la gracia del Espíritu Santo y largamente fomentados en tu corazón.
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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