4) Te bendigo, te alabo y te ensalzo, Santa María y mi venerada Señora, por tu vida rebosante de pureza y santidad, tan grata a Dios y a los ángeles, que transcurriste en compañía de Jesús a lo largo de muchos años en pobreza y en silencio, probada por muchos padecimientos y adversidades, ofrecida a todos los seguidores de Cristo como ejemplo para imitar devotamente y ofrendada de modo admirable hasta el final de los siglos a la Iglesia universal como apoyo en sus pruebas.
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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