Capítulo IV
"Mujer, aquí tienes a tu hijo"
"Mujer, aquí tienes a tu hijo"
1)
Te bendigo y te agradezco, Señor
Jesucristo, consolador de todos los aflijidos, por el doloroso respeto con que
miraste a tu amadísima Madre al pie de la cruz, presa de angustia mortal. La
inmensidad de su dolor la conocías bien solamente tu, que eras profundo
conocedor de su corazón y no tuviste en la tierra un ser más querido que tu
Virgen Madre. Pero tampoco ella amó a nadie más que a ti, su divino Hijo, a
quien apenas nacido de su seno, reconoció como Señor de todas las cosas y su
Creador. Por lo cual, al verte pendiente de la cruz a ti, a quien amaba
infinitamente, vivía más en ti que en sí; y casi totalmente abstraída de sí,
estaba también ella pendiente de la cruz: “crucificada” en espíritu contigo,
aunque con el cuerpo estuviese todavía al lado de la cruz, bañada en lágrimas.
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