7) Te bendigo, te alabo y te ensalzo con todas mis fuerzas, oh fidelísima y amadísima Madre de Dios, celestial María, por tu perseverancia en la fe firme y en la caridad perfecta, cuando tú sola - mientras los apóstoles huían por miedo y mientras también los pocos que seguían a Jesús se avergonzaban-, con extrema constancia mantuviste en alto la antorcha encendida de la fe en la pasión del Hijo, sin dudar de su futura resurrección al tercer día, como él lo había predicho con bastante claridad.
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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