6) Además, aunque abrigabas un inmenso amor a tu Hijo unigénito, sin embargo no lo arrancaste del horrible suplicio de la cruz, sino que te sometiste totalmente a la voluntad del Padre. Por otro lado, en todos tus sufrimientos, "con-sufriste" junto a él; y, hasta llegar a la ignominia de la cruz, seguiste con paso firme a Jesús que marchaba adelante, sin reparar en la huida de los apóstoles (Mt 26, 56) y sin temer la crueldad de los judíos. Estabas dispuesta a soportar la muerte con él, antes que abandonarlo en un trance tan extremo.
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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