10) Te bendigo y te alabo por el piadoso abrazo con que lo estrechaste entre tus maternales brazos; por el triste trayecto hacia el lugar de la sepultura, cuando bañada en lágrimas seguías a los que llevaban el santo cadáver y llorando fijaste la mirada en tu Hijo depositado en el sepulcro y encerrado bajo una gran lápida; por el doloroso regreso desde el sepulcro a la casa en que te hospedabas, donde acompañada de muchos fieles allí reunidos te deshiciste en lágrimas por la muerte del amado Hijo con repetidos lamentos, y fue tan copioso tu llanto que hiciste llorar a los que estaban a tu lado.
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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