12) ¡Oh, si yo también hubiese podido estar presente, si hubiese podido oir tus dulces palabras, si junto a la ventana hubiese podido escuchar disimuladamente y captar con diligencia las palabras de mi Señor Jesucristo dirigía a su Madre acerca de las alegrías de los ciudadanos del cielo, sin que ningún otro escuchase conmigo! Cómo se habría estremecido de gozo mi corazón, en el Señor, si yo hubiese podido conservar algunas de aquellas palabras, qué aliciente me habrían aportado en el peligroso destierro de este mundo. Probablemente se trataba de palabras que a ninguna persona le está permitido repetir, pues deben ser conservadas en lo profundo del corazón y meditadas con jubilosa intimidad.
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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