6) Te
alabo y te glorifico, oh eterna Sabiduría del Padre, por haberse interesado tu
inaccesible alteza en la mísera cárcel de nuestra naturaleza mortal, y por tu
purísima concepción que tuvo lugar en María por obra del Espíritu Santo (Lc 1,
35): en su seno virginal, el inefable poder del Altísimo, al descender sobre
ella, formó de su carne inmaculada tu carne sacrosanta. Por consiguiente, tú
que eres verdadero Dios consubstancial con el Eterno Padre, pasaste a ser una
sola carne con nosotros, pero sin contagio de pecado, para transformarnos en un
solo espíritu contigo, mediante la adopción como hijos de Dios (Gál 4, 4).
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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