2) Te bendigo, además, por la inmensa humildad de tu Santísima Madre y por su espontánea sumisión a los preceptos de la ley. En efecto, aun siendo Virgen Santa en el parto y después del parto, no rehusó someterse al rito de purificación. Ofrenda maravillosa y reparación gratísima, porque era libre y ajena a cualquier culpa.
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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