2) Por eso, dulcísima María, es inconveniente que yo, polvo y ceniza, mejor dicho más vil que el polvo por ser pecador y muy propenso a toda perversidad, me atreva a detenerme para considerar tu belleza y tu magnificencia. Tú, en cambio, encumbrada sobre el cielo, tienes el mundo bajo los pies y eres digna de honor y reverencia por el honor de tu Hijo. Tu inefable bondad, que sobrepasa toda imaginación, con frecuencia me fascina y atrae mi afecto, porque eres el consuelo de los aflijidos y estás siempre dispuesta a socorrer a los miserables pecadores.
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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