11) El hijo. Feliz momento en que te dignas acercarte a mi corazón dominado por el desconsuelo, misericordiosa Virgen María. Ojalá fuese más prolongado, para poder escuchar tus palabras de aliento, que con tanta intensidad me enardecen y purifican, tan pronto entran en contacto con mi interior y me renuevan profundamente. Feliz tu seno, oh María, que no cesa de brindar la dulcísima leche del consuelo. Por la abundancia de gracia del Niño Jesús, al que tú amamantaste, no puedes negar tu innata misericordia a quien la pide. Y más bien, concedes a menudo gracia incluso a los grandes pecadores.
“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12, 1)
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